Reconozco que siento bastante pena por las gallinas, ahora confinadas por el tema de la gripe aviar, sobre todo porque nadie se apiada de su alma y las deja salir a pasear al perro, o a comprar al supermercado más cercano el tan codiciado papel higiénico.
Dudo mucho que nadie vaya relajando la intensidad de su cautiverio con el paso del tiempo, y dejándolas acudir a los mercados locales más cercanos a su ubicación, y desde luego, todo pinta a que no van a tomar el aperitivo de forma virtual con las gallinas que conocieron en su granja inicial y a las que seguro echan ahora más de menos que nunca.
Parece que las pobres, simplemente van a tener que acatar las órdenes que vengan “de arriba”. Por cierto, me encanta eso de “de arriba”, ya que deja a nuestra imaginación quién es el tan horrible ser todopoderoso encargado de recluir a personas y animales, como si no existieran decisiones consensuadas tras cada una de las medidas que nos vemos obligadas a acatar, y como si no se tratasen de decisiones con un amplio trasfondo político, más allá de lo relativo a nuestra seguridad.
No hay nada que no tenga una repercusión económica que mueva algún sector tras cada una de estas decisiones, como los voladeros que se van a tener que pagar todas aquellas personas dedicadas a la avicultura, si quieren evitar el estrés de sus gallinas, y que este desencadene en una puesta inferior y en conductas agresivas y canibalistas, que a alguien beneficiará esta medida, y moverá la economía, esa tan cabrona que no se puede estar quietecita, y parece que siempre tiene que estar danzando de allá para acá, y ya veis, tras una medida preventiva, se enriquecerán algunos sectores, como el de las farmacéuticas a las que tanto les conviene la existencia de otro virus para el que ya tienen preparado el remedio.
Los huevos subirán aún más el precio, y también lo hará la carne de ave, que incrementará sus costes de producción, lo que hará que se vendan algo menos, y se cambien por otros productos, y así más gente invirtiendo en alternativas rentables, y moviendo nuevamente la economía. Una pena que las gallinas no sepan usar las mascarillas, porque seguro que más de un familiar o pareja de alguien “de arriba”, estaría feliz con una nueva obligatoriedad de su uso.
En cualquier caso, me he ido de paseo por mis divagaciones una vez más, porque yo venía aquí a hablar de cuando fue al ser humano a quien confinaron, y de cómo salimos mejores personas y más concienciadas con el producto local en aquella ocasión. Productores y productoras sentimos el aplauso que se le daba a las sanitarias que ponían el cuerpo en primera línea de fuego, extendido a un instinto colectivo de nuestros vecinos y vecinas por nuestra propia supervivencia y la de la rentabilidad de nuestros baserris. Vimos primero a la gente hacernos pedidos que les entregábamos en sus casas, y después, vimos como se acercaban a los mercados locales, cuando al fin nos dejaron abrirlos. La gente se desplazaba desde cualquier punto de la ciudad a buscarnos, y conocimos a muchas personas que nos descubrieron durante aquel periodo. Lástima que abrieran las fronteras, y ya pudiéramos ir más lejos, ya que gran parte de esa nueva clientela, disfrutó tanto de la experiencia de ayudar a alguien que lo necesitaba apoyando su trabajo, que no dudaron en hacer lo mismo con los hosteleros de comunidades contiguas que seguro que también habrían pasado lo suyo durante el confinamiento.
Fue bonito mientras duró.
Pues nada, habrá que aceptar que cada poco, desde “arriba” nos viene alguna medida cautelar en forma de confinamiento, o de lo que surja, que nos protege, mueve la economía, nos hace mejores personas, y nos enseña a llevar nuestra vida como se espera, de un modo ordenado y con mil implementaciones que llegan, siempre para quedarse, con la excusa de ser por un bien mayor, que puede ser nuestra salud, o nuestra economía, no la particular, si no la global, por supuesto. Todo sea por el bien común.
Lorea Momeñe. Integrante de ENBA
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